MONSTRUOS EN EL PARAíSO: LA IGUANA Y OTRAS INCREíBLES CRIATURAS AMERICANAS

Nueva entrega de El teatro de la historia. Los exploradores europeos del siglo XVI encontraron en América un nuevo mundo de gentes, animales y plantas. La iguana fue uno de muchos ejemplos de aterradoras criaturas que llamaron la atención de los cristianos.

Un recuerdo maravilloso de mi infancia es haber visto, en julio de 1969, en un pequeño televisor en blanco y negro la llegada de astronautas norteamericanos a la Luna. El despliegue mediático fue gigante y millones de televidentes en todo el planeta vimos una y otra vez el alunizaje y los posteriores desfiles triunfales de los tripulantes del Apolo 11. Las solemnes palabras de Neil Armstrong al poner un pie sobre la superficie lunar quedaron grabadas en nuestra memoria: “Este es un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad”. Supongo que muchos niños como yo soñamos con ser astronautas. El Apolo 11 se volvió una obsesión de mi infancia que tal vez sobrevive en mi gusto por estudiar los viajes de exploración.

El proyecto Apolo fue sin duda un logro colosal de la tecnología y un triunfo político de los norteamericanos en plena Guerra Fría. Poner su bandera en la Luna le costó a los Estados Unidos miles de millones de dólares, pero su impacto en la historia resulta insignificante comparado con el de los viajes de exploración marítima en los albores del Renacimiento. A pesar de que en 1969 vimos astronautas caminar sobre la Luna y a los Beatles hacer su última presentación en público, nadie puede afirmar que ese año fue el inicio de una nueva era. En cambio, y con buenas razones, para muchos historiadores 1492 fue una fecha que partió en dos la historia del mundo.

También Colón tuvo su despliegue mediático: en 1493, en Barcelona, el almirante, que creyó haber llegado a islas del Lejano Oriente, desfiló orgulloso ante los reyes católicos. A diferencia de Armstrong y sus compañeros del Apolo 11, Colón mostró con orgullo un botín realmente exótico: no solamente exhibió piezas de oro y piedras preciosas, sino que mostró seres humanos de otro mundo, papagayos y numerosos relatos fantásticos.

¡Qué historia más extraordinaria habría sido si el módulo lunar del Apolo 11 hubiera regresado con muestras de petróleo, papagayos o reptiles extraterrestres! En 1969 se sabía con bastante certeza qué podía haber en la Luna, nada muy nuevo realmente.

Entre las multitudes que vitoreaban a Colón en las calles de Barcelona había un jovencito estupefacto de 13 años, un mozo de las cortes reales a quien la escena y los relatos de los primeros exploradores de América definieron su destino. Su nombre: Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557), quien no solo cumplió el sueño de viajar a ese maravilloso nuevo mundo, sino que se convirtió en el más importante de los cronistas de las Indias Occidentales. En su Historia general y natural de las Indias describió con claridad el desafío que implicó para los europeos la extensa y variada naturaleza americana: “¿Cuál ingenio moral sabrá comprender tanta diversidad de lagunas, de hábitos, de costumbres de los hombres destas Indias? ¿Tanta variedad de animales, así domésticos como salvajes y fieros? ¿Tanta multitud innarrable de árboles, copiosos de diversos géneros de frutas? ¿Cuántas plantas y hierbas útiles y provechosas para el hombre?”.

El inesperado encuentro con gentes, animales y plantas del Nuevo Mundo representó un desafío mayor para los europeos del siglo XVI. En la presentación al rey de su Historia general de las Indias, López de Gómara justificó el apelativo de “Nuevo Mundo” para las Indias Occidentales diciendo: “También se puede llamar nuevo por ser todas sus cosas diferentísimas de las del nuestro. Los animales en general, aunque son pocos en especie, son de otra manera; los peces del agua, las aves del aire, los árboles, frutas, hierbas y grano de la tierra, que no es pequeña consideración del Creador, siendo los elementos una misma cosa allá y acá”.

La belleza difícilmente se reconoce en lo extraño y la condición monstruosa es un común denominador en la descripción de lo diferente. Con notables y numerosas razones, el siglo XVI europeo se vio marcado por una fascinación por lo exótico y lo nuevo. Frente a lo desconocido, los juicios oscilaron entre lo paradisíaco y lo aterrador. En primera instancia, la zarigüella, el oso hormiguero, el manatí, el armadillo y la iguana, entre otros animales, fueron descritos como criaturas espantosas.

Uno de los animales que recibió más atención de los viajeros fue la iguana. Ni los tratados de historia natural de los griegos, ni las enciclopedias romanas, ni las Sagradas Escrituras, ni los bestiarios medievales ni tampoco la fantasía de pintores o poetas habían imaginado o descrito este dragón sin alas. Para quien nunca había visto este extraordinario reptil, como era el caso de un lector europeo del siglo XVI, su descripción pudo ser no solamente increíble, sino aterradora. Américo Vespucio se refirió así a esta fascinante criatura: “… de aspecto tan feo que nos maravillamos mucho de su deformidad… tenían tan fiero aspecto que ninguno de nosotros se atrevía a tocarlas, pensando que eran venenosas; son del tamaño de un cabrito y de braza y media de longitud; tienen los pies largos y gruesos y armados de fuertes uñas; tienen la piel dura y son de diversos colores; el hocico y la cara lo tienen de serpiente y de la nariz les sale una cresta como una sierra, que les pasa por el medio del lomo hasta la punta de la cola”.

Sin embargo, este Nuevo Mundo y todas sus criaturas, por extrañas y espantosas que pudiesen parecer, debían también tener un propósito como parte de la obra de Dios. Así, las figuras desconocidas y monstruosas debían ser transformadas en criaturas de Dios al servicio del hombre y en productos útiles para el imperio. Todas estas rarezas debían entenderse como muestras de la sabiduría y bondad del creador. Sobre este mismo animal, inicialmente descrito como algo espantoso, el mismo Oviedo escribió: “Yu-ana es una manera de sierpe de cuatro pies, muy espantosa de ver y muy buena de comer…”[1].

Francisco Hernández, autor de la Historia natural de la Nueva España, de manera similar se refirió a la iguana como un espantoso manjar: “Es animal inofensivo que habita en las aguas; pone gran cantidad de huevos de buen sabor y excelente alimento, como lo es también su carne, que no es inferior a la de pollo ni en gusto ni en calidad alimenticia. Casi nadie hay que al mirar por primera vez este animal no se amedrente, o que una vez que lo ha comido no lo procure con suma avidez”.

Imitando las experiencias y siguiendo los conocimientos de los nativos, los exploradores cristianos recopilaron una vasta información sobre la naturaleza americana. A pesar del carácter monstruoso que se les atribuyó a las criaturas del Nuevo Mundo, los cronistas renombraron y elaboraron minuciosas descripciones de plantas y animales y sus posibles usos. Fue así como poco a poco lo salvaje se volvió familiar y los monstruos se convirtieron en objetos domésticos.

Lecturas recomendadas:

Entre la riqueza de fuentes primarias de cronistas sobre la naturaleza americana recomendaría el Sumario de la natural historia de las indias (1535), de Gonzalo Fernández de Oviedo. Sobre el impacto de los animales americanos en la concepción del mundo europeo, sugiero ver el libro de Miguel de Asúa y Roger French, A New World of Animals, 2005; también el capítulo “Las criaturas de Dios nunca vistas” de mi libro Las máquinas del imperio y el reino de Dios, 2013.

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