La huerta del Museo de la Independencia Casa del Florero no solo fomenta el aprendizaje sobre agroecología y biodiversidad, sino que también integra la memoria cultural y los procesos históricos con la comunidad.
Cuando pensamos en huertas, a menudo imaginamos simplemente un lugar para sembrar vegetales y hortalizas. Sin embargo, estos espacios verdes representan mucho más: son catalizadores de comunidad, escenarios de conversación, aprendizaje y hasta terapia colectiva. Aquí se tejen lazos sociales, se fomenta el desarrollo comunitario y se ofrece beneficios tangibles a las familias que las cultivan.
En este sentido, la Huerta del Museo de la Independencia Casa del Florero surge como un proyecto que no solo fomenta el diálogo sobre la comunidad y el cultivo sostenible, sino que también rinde homenaje a las costumbres agrícolas tradicionales de las comunidades campesinas e indígenas del país.
“El objetivo principal de esta huerta es crear un ‘aula viva’, un espacio que fomente el aprendizaje sobre procesos agroecológicos y la biodiversidad, pero que también nos invite a reflexionar sobre la construcción de la memoria y los procesos de independencia, algo profundamente vinculado con el propósito del museo,” explica Laura Paola Herrera, mediadora educativa del Museo de la Independencia Casa del Florero, y quien actualmente está liderando el proyecto.
Para comprender plenamente la relevancia de esta huerta, es esencial conocer la historia del Museo de la Independencia, un lugar emblemático ubicado en una esquina de la Plaza de Bolívar en Bogotá. Originalmente llamado Museo del 20 de julio, fue inaugurado en 1960 para conmemorar los 150 años de la Independencia, bajo la dirección del historiador Guillermo Hernández de Alba. Desde su creación, no solo se concibió como un espacio para preservar la historia del país, sino también como un lugar que promueve el diálogo sobre valores fundamentales como la libertad, la autonomía y el bienestar ciudadano.
La huerta, al igual que el museo, funciona como un vínculo entre el pasado y el presente. No solo es un espacio donde se cultiva la tierra, sino también un terreno fértil para la memoria colectiva y el entendimiento. En este sentido, ambos se complementan al ofrecer un espacio de reflexión que fomenta tanto la conexión con las raíces históricas como la construcción de un futuro basado en el aprendizaje continuo.
“El museo no solo es simplemente un repositorio de historia, sino un espacio vivo de memoria y un escenario para la construcción de una cultura de paz. Aquí, no solo se aborda lo que fue el proceso del 20 de julio, sino que se aborda lo que fueron las diversas luchas por la libertad que han marcado la historia del país, desde las rebeliones de los cimarrones hasta los movimientos indígenas contemporáneos. El objetivo es conectar estos eventos históricos con los desafíos actuales, y uno de ellos es la soberanía alimentaria y los procesos campesinos que ha tenido el país”, puntualiza la experta.
La historia de la huerta está entrelazada con la del museo, ya que su origen se remonta al jardín original del espacio, donde en un principio solo se cultivaban algunas especies ornamentales. Sin embargo, en los últimos años, ha atravesado un proceso de restauración que ha ampliado su función.
“Uno de los aspectos más destacados del proyecto de la huerta, es la iniciativa “Adopta un nogal”. Los antiguos nogales del jardín producen una gran cantidad de semillas, muy valoradas por sus múltiples aplicaciones, pues se utiliza en cosmética, tintes naturales y pinturas. Además, la nuez del nogal, rica en grasas naturales, es reconocida por sus beneficios para la memoria. Entonces, lo que hacíamos es que esperábamos que estas semillas cayeran en los espacios designados de la huerta y cuando ya fueran una plántula, hacíamos una campaña para regalarlos”, cuenta Herrera.
Después de revitalizar la huerta y enfocarse en el cuidado dedicado y el aprovechamiento sostenible de sus recursos, el equipo del museo comenzó a vislumbrar una función mucho más amplia para este espacio. La huerta dejó de ser solo un lugar para el cultivo y se transformó en un punto de encuentro comunitario, donde las personas no solo interactúan entre sí, sino que también aprenden sobre los ciclos de vida de los seres vivos que habitan en el entorno.
Ahora, se cultivan diversas especies, entre las cuales se encuentran hortalizas como apio, papayuelo, menta, cebollino y ajo; legumbres como frijoles nativos (incluido frijol-pachita) y diversas variedades de habas; Además de diferentes tipos de maíz como el rojo, morado, blanco y el amarillo,
Los visitantes tienen la oportunidad de experimentar de primera mano el proceso de cultivo, observar cómo la biodiversidad prospera en un entorno cuidado, y comprender el impacto de la sostenibilidad en el equilibrio natural. Además, este espacio se ha convertido en un lugar de conexión y reflexión, donde se integran la educación ambiental y el fortalecimiento de la comunidad, en línea con la misión del museo de cultivar no solo la tierra, sino también la conciencia colectiva y el sentido de pertenencia.
“De hecho, no nos quedamos solo en el espacio de la huerta que tenemos nosotros aquí, sino que hace poco organizamos un encuentro que reunió a cerca de 30 iniciativas de agricultura urbana provenientes de diversas localidades. Durante esta jornada, elaboramos una cartografía de los ríos cercanos, identificando fuentes hídricas que han sido olvidadas o están contaminadas, así como los bosques y humedales de la zona. En el proceso, reflexionamos sobre la memoria del subsuelo de Bogotá, recordando que gran parte de la ciudad está construida sobre antiguos humedales donde los muiscas solían navegar”, explica la experta.
Otro de los propósitos clave del museo con su huerta y la educación en agricultura urbana es fortalecer el ecosistema local. Con este objetivo, se promueve activamente la siembra de especies nativas, esenciales para la restauración ecológica. Además, el museo apoya su propagación mediante la creación y cuidado de huertas urbanas, casas de semillas y la facilitación de intercambios de conocimientos entre diversas comunidades.
“Hemos llevado a cabo diversas actividades prácticas como la elaboración de chicha, molienda de maíz, producción de chocolate artesanal, intercambio de semillas y la preparación de medicinas naturales. En estos talleres, exploramos, por ejemplo, remedios herbales para tratar infecciones y aliviar síntomas de la perimenopausia. De hecho, recientemente, lanzamos una nueva iniciativa llamada ‘Manos a la huerta’, donde las personas pueden participar activamente en el cuidado de nuestro espacio agrícola mientras que enseñamos sobre los conocimientos tradicionales que se han ido perdiendo debido a la rápida urbanización”, puntualiza.
El proyecto se financia principalmente con el presupuesto anual que el Ministerio de Cultura le otorga al museo y parte de esos fondos se destina específicamente a “Manos a la huerta”, cubriendo costos de infraestructura, como las camas de madera plástica, la compra de plántulas y el pago de talleres. Además, la iniciativa se fortalece a través de alianzas interinstitucionales. Por ejemplo, el Jardín Botánico colabora ofreciendo talleres, supervisión de la huerta y materiales, y, por otro lado, también se conectan con otras huertas en la Candelaria y Santa Fe, como las del Museo Colonial y el Museo de Bogotá.
Sin embargo, para fortalecer su conexión con la comunidad y consolidar la huerta como una extensión integral de la exposición del museo, a finales de septiembre se inaugurará la muestra “Semillas del Buen Vivir”. Esta exposición se desplegará desde la Casa del Florero hasta el Jardín Nariño, subrayando la importancia de las semillas nativas. Basada en un cuento ilustrado sobre la “semilla vaquita”, un frijol endémico de América, la muestra narra la travesía de la semilla en busca de un hogar que la proteja, simbolizando la relevancia de las huertas y la preservación de especies nativas.
Como parte de la exposición, se abrirá una “casa de semillas” que, como explica Herrera “a diferencia de un banco de semillas, no exigimos la devolución de estas. En cambio, fomentamos el intercambio libre. Queremos convertirnos en un punto de referencia en Bogotá para los guardianes de semillas, donde puedan dejar, intercambiar o adquirir variedades diversas. Por ejemplo, si alguien trae un ají del Cauca, lo cultivaremos en el semillero, documentando su origen, proceso de cultivo y las personas que lo trabajan y que las personas puedan tener un poco de la diversidad de Colombia en su casa”.
“Uno de los principales desafíos que enfrentamos en nuestra huerta urbana es la naturaleza del subsuelo. Al cavar, nos encontramos con un terreno lleno de escombros, lo que resulta en una tierra pobre en nutrientes. Para abordar este problema, hemos reconocido la importancia crucial del compostaje. Estamos implementando un sistema de lombricompostaje junto a la huerta. Este método no solo nos ayuda a enriquecer el suelo, sino que también nos permite aprovechar los residuos orgánicos de manera eficiente”, menciona Herrera.
Un desafío adicional que enfrentan es la sequía que afecta a la capital y los racionamientos de agua impuestos por el distrito. Por ello, para abordar la escasez de agua, están considerando la implementación de un sistema de recolección de agua de lluvia, para contribuir con mucha más fuerza a la conservación de este recurso vital.
La experta finaliza diciendo que más allá de su función educativa en temas ambientales, la huerta del museo sirve como plataforma para la educación legal y la defensa de espacios comunitarios. Los participantes aprenden sobre sus derechos y cómo proteger legalmente estos espacios de dotación comunitaria, adquiriendo conocimientos sobre procesos como la interposición de tutelas y la comprensión de directrices legales que afectan a las huertas urbanas. Lo que se alinea perfectamente con la misión del Museo de la Independencia, estableciendo vínculos entre los procesos históricos de independencia y los actuales movimientos de liderazgo ambiental.
“El Museo de la Independencia invita activamente al público a ser protagonista de su narrativa. La huerta está abierta para quienes deseen trabajar en ella, ofreciendo una oportunidad única de participación directa en las actividades del museo. Esta apertura refleja el compromiso del museo con la comunidad y su deseo de ser un espacio vivo y en constante evolución”, dice Herrera.
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